LA VIOLENCIA CONTRA LA NATURALEZA O EL PODER DESNUDO DE LAS TRANSNACIONALES

Rulli,JorgeEduardo

Millones de argentinos sufren el hambre y la desnutrición, en la tierra que alguna vez fuera llamada granja del mundo. Otros millones se alimentan malamente con comidas industrializadas que, jamás habrían imaginado ingerir sus antepasados. En el Paraguay de Lugo el ejército todavía suele acompañar a las topadoras, a las máquinas de siembra directa y a los fumigadores brasiguayos, mientras el éxodo a las ciudades como Asunción se torna masivo. En Brasil, el gobierno de Lula acepta ser el exponente más claro del nuevo modelo de las corporaciones, y mientras presiona en los foros internacionales a favor de los biocombustibles convierte al Cono Sur en su patio trasero y de repoblamiento poblacional. En Uruguay, los líderes del Frente Amplio le demuestran al mundo su propia experiencia en socialismo municipal a la vez que su enorme indiferencia respecto al medio ambiente: no son capaces siquiera de comprender que las papeleras expresan un modelo de país monocultor de eucaliptos, que la soja contrabandeada desde la Argentina para no pagar las retenciones y la aprobación de semillas genéticamente modificadas como el arroz con caroteno, configuran el destino colonial del Uruguay en el siglo XXI. En Bolivia, la intervención de Lula y de Cristina ante la amenaza de la guerra civil, logró que se quitara de la nueva Constitución la prohibición a los organismos genéticamente modificados y ello parece haber detenido la confrontación, probablemente también los ímpetus de cambios existentes. El movimiento secesionista santacruceño se apoya fundamentalmente en los intereses de los sojeros y arroceros del departamento de Santa Cruz, cuyas exportaciones crecientes casi equiparan hoy a las exportaciones del gas boliviano. Desde estas perspectivas, tanto de la ecología como de la implantación de nuevos procesos de colonialismo corporativo, el común de las miradas que tan sólo logran un recuento de países latinoamericanos ordenados a izquierdas o a derechas, parecieran evadir la creciente complejidad de las situaciones locales, y nos hacen prisioneros de la confusión de los viejos paradigmas de los años 60 y 70 sin poder resolver los desafíos del presente.

Hace años manifestamos:

El proceso de globalización impuso a la Argentina en los años 90 un modelo de país productor de transgénicos y exportador de forrajes. Las consecuencias son ahora fáciles de advertir: inmensos territorios vaciados de sus poblaciones rurales, cientos de pueblos en estado de extinción, 400 mil pequeños productores arruinados y muchísimos más endeudados con los bancos debido al desequilibrio financiero que les causó la adopción de nuevos paquetes tecnológicos con gran dependencia a insumos, semillas OGMs, herbicidas de Monsanto y carísimas maquinarias de siembra directa.

Este modelo de exportación de forrajes ha sido perverso, pues su lógica fue la del aumento constante de esas exportaciones y ese crecimiento fue en desmedro de las producciones de alimentos. El hambre es entonces, y más allá de los discursos hipócritas de la clase política, una consecuencia directa e inevitable del modelo elegido de agroexportación de commodities. Cuántos mayores daños todavía, nos preguntamos, podrá provocar la etapa de exportación de agrocombustibles en la que estamos entrando aceleradamente. De esa manera, tanto el éxito del modelo cuanto los récord de cosechas que se obtienen, se traducen inmediatamente como mayor pobreza, indigencia y hambre para las poblaciones, a la vez que récord de niños nacidos con malformaciones, aumento en el índice de cáncer y enfermedades producidas por la contaminación de los tóxicos de la agricultura.

La violencia contra la naturaleza, expresa hoy en todo el continente el poder desnudo de las transnacionales, esa violencia se ejerce especialmente sobre las tierras campesinas devastadas, y sobre los agroecosistemas que son arrasados impiadosamente. La megaminería con uso de cianuro, la agricultura industrial de transgénicos acompañada de intensas cantidades de venenos, la implantación de árboles para madera y pasta de papel en desmedro de las cubiertas forestales y de monte natural, la producción de etanoles y biodiéseles obtenidos desde la agricultura y los cultivos de caña, la producción de carnes en encierro en gran escala con balanceados, desde salmones a novillos, configuran un largo listado de nuevos roles asignados a nuestros países a partir de los mercados globales. Sorprendentemente, muchas expresiones políticas herederas de importantes luchas de los decenios pasados, hoy parecen incapaces de visualizar estos procesos como procesos de nuevo colonialismo o tal como dicen algunos de transcolonialidad, debido al rol de las empresas transcoloniales. Esas izquierdas encerradas en sus esquemas antiguos, han preferido optar por estrategias de lucha que se proponen el socialismo o al menos una redistribución más justa de la riqueza. Cuando de lo que se trata ahora, es de la apropiación de los territorios por parte de las empresas, así como de la desterritorialización de las poblaciones y de su concentración obligada en enormes megalópolis, tal como en el caso del Plan Colombia donde el despoblamiento forzado de la población rural no ha sido substancialmente diferente al ocurrido en la Argentina o en el Paraguay. En estas nuevas situaciones, proponerse las tradicionales reformas agrarias, una mayor equidad en la distribución de la riqueza o acaso el implementar formas de socialismo urbano, resultan peligrosamente funcionales al sistema implantado de dominios y saqueo, no importa cuáles sean sus motivaciones políticas.

Impactos de la Soja RR en la Argentina

Los impactos del modelo de la soja sobre los ecosistemas y las poblaciones son cada vez más evidentes e insoslayables en todo el territorio nacional. Estaremos sobrepasando este año las 22 millones de hectáreas de monocultivos transgénicos y sus efectos han sido y serán crecientemente devastadores, tanto para el medio ambiente y la biodiversidad, cuanto para la vida y la cultura rural. El modelo agro exportador de forrajes y de subproductos oleaginosos, se ha constituido en una fábrica inagotable de pobreza, fuente de desarraigo y razón de migración hacia las grandes ciudades, donde en los nuevos y crecientes conurbanos se multiplican los fenómenos de la indigencia y de la exclusión social. Por otra parte, la soja y el maíz transgénico han desplazado a muchos otros cultivos que aportaban alimentos a la mesa de los argentinos, algunos de los cuales ahora deben ser importados. El uso intenso de agrotóxicos ha mostrado la falsedad de las promesas que tuviera en los años 90 la llamada revolución biotecnológica. Las cifras en uso de herbicidas y de nuevos pesticidas, acaricidas y fungicidas son formidables, y han provocado una masiva contaminación de las cuencas hídricas y de las napas freáticas. Para peor, esta agricultura industrial ha barrido a las pequeñas producciones hortícolas, tambos y criaderos de aves que rodeaban las ciudades argentinas. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades, y las fumigaciones impactan sobre las poblaciones de los barrios periféricos, provocando graves y crecientes estadísticas de cánceres y enfermedades terminales.

Como consecuencia de los profundos impactos, han aparecido además, nuevos patógenos y plagas, que ahora infestan los monocultivos tanto como afectan a las poblaciones. Ello es consecuencia de que, tanto la comunidad de microorganismos del suelo como la diversidad biológica de animales y vegetales han sufrido fortísimas modificaciones y ello ha provocado graves desequilibrios. Asimismo, se han registrado cambios en las comunidades de malezas, con la aparición de especies inusuales y de varias especies que han desarrollado tolerancia a los herbicidas. La respuesta de las empresas ha sido la de operar sobre los efectos del modelo, incorporando nuevos tóxicos, aumentando las aplicaciones y la cantidad de herbicidas por hectárea, así como también incorporando otros herbicidas aún más tóxicos, y variados insecticidas y funguicidas para responder a las nuevas amenazas producidas por los desequilibrios del ecosistema. Otro tema de fuertes impactos es la práctica de barbechos químicos en época invernal, que luego de cada cosecha de soja, completa en vastas extensiones de territorio el ciclo del monocultivo y del creciente agotamiento de los suelos. Luego de la última cosecha y antes de las primeras heladas, germinan en estos campos, que se disponen para el barbecho, verdes alfombras de soja guacha, que son los granos que cayeron de las máquinas cosechadoras. Actualmente el método que se sigue en estos casos dado que esa soja RR resiste al glifosato, es la de combatirla con un producto cuyo nombre comercial es Grammoxone y cuyo componente activo es el temible Paraquat.

Como consecuencia de la nueva situación ambiente creada en el campo por las aerofumigaciones y la contaminación, podemos verificar una masiva colonización de las zonas urbanas por los pájaros silvestres, incluyendo las aves carroñeras, de rapiña y gaviotas, así como también por los roedores del campo, obligados todos a abandonar sus hábitat naturales ahora convertidos en lugares hostiles para la vida. La ingesta de los argentinos, por su parte, comenzó a extraviar sus herencias alimentarias, se modificaron nuestras comidas y nuestro modo de comer, y asociados a la ingesta han surgido nuevos problemas de salud, en especial la obesidad vinculada a la pobreza, los problemas cardíacos y sobre todo el cáncer como consecuencia de la contaminación, que se ha hecho tan común como antes lo era la gripe. Muchos de los programas alimentarios que llegan a los sectores carenciados incorporaron la soja transgénica masivamente gracias a la “generosidad” de las asociaciones de productores, y los problemas en los niños no demoraron en aparecer: formas femeninas en varones y madurez anticipada en las niñas, descalcificación y osteoporosis en adolescentes, desnutrición y debilidad dentaria, etc. La gravedad de la situación fue tal que el Poder Ejecutivo, a lo largo del año 2002, debió reiterar el llamado a que no se diera más soja en los comedores a menores de cinco años. No obstante, tanto el Rotary Club como Cáritas insistieron durante años en alimentar a la niñez argentina con soja transgénica y con la mal llamada leche de soja en algunas localidades, inclusive hasta el presente. Exactamente han hecho lo mismo, diversos gobiernos municipales y provinciales que, contra toda evidencia, continúan distribuyendo soja o mezclándola como en el caso de la Trisoja, con otros alimentos, para incorporarla de contrabando en la alimentación de los sectores carenciados. Por su cantidad de disruptores y por el empeño gubernamental en que se la convierta en parte de la ingesta habitual, se nos reafirma la convicción de que la soja es uno de los grandes controladores sociales de una época que ha puesto la alimentación y la mesa familiar en el centro de las estrategias corporativas.

Cuando el capitalismo global se maquilla de verde

Decíamos a principios del año 2005 en un documento del GRR y con motivo de organizar el Contraencuentro de Foz de Iguazú contra la Mesa Redonda Empresarial de Soja Sustentable:

Uno de los ejes de esas nuevas políticas públicas son las estrategias de certificación condicionadas por los intereses de los mercados y sometidas sin escrúpulos a los mensajes implacables de la publicidad empresarial. Los discursos de sustentabilidad social y ambiental, que fueran parte del arsenal de denuncias de las organizaciones de la sociedad civil, son captados por las corporaciones, que ahora se invisten de pretendidas responsabilidades sociales. Ciertas ONGs, lamentablemente, en estos nuevos escenarios han devenido en meras entidades prestadoras de servicios ambientales y pretenden además mostrarnos como un progreso las mitigaciones o morigeraciones de impactos que se prometen.

En realidad nos tratan de imponer una mirada en la que ya no hay verdades básicas ni fundamentos de verdades últimas. Con esa mirada sin absolutos se quiebra el espejo de nuestra posible y recuperada identidad. Porque para pertenecer a una comunidad o para reconstruir nuestra identidad es imprescindible que reconozcamos al otro diferente, llámese enemigo o como se lo quiera denominar. Y por eso el esfuerzo de las transnacionales para que legitimemos los modelos impuestos y para que nos sentemos a las mesas de consenso donde el enemigo se disipa… El modelo de dominación es gigantesco y sin embargo frágil, en última instancia depende de nuestra propia aceptación, aún más todavía, depende de que sigamos como ahora sin saber quiénes somos y qué queremos. La construcción del modelo se basa en generarle sentidos comunes a la subjetividad creada por el neoliberalismo. Una vez que se ha construido ese sentido común, la dificultad de deconstruirlo y de construir otro sentido alternativo requiere de un esfuerzo titánico. Es por ello que en nuestras luchas deberíamos tratar siempre, y por sobre todo, de generar esas nuevas subjetividades.

Sin embargo y más allá de los discursos, la violencia está vigente como nunca jamás en la historia y además de ello: se ha globalizado. Pero esas situaciones son realidades distantes a las mesas de consenso donde se imponen las hechicerías de hacer desaparecer a los contrarios. Si la agresividad y la violencia no son parteras de la historia estaríamos desconociendo nuestra propia historia nacional hecha de sucesivos estallidos sociales que rompieron o desbordaron cada vez que ocurrieron los modelos impuestos, modelos que se reproducían a sí mismos intentando perpetuarse, y que abrieron de ese modo espacios para cambios sociales e institucionales. Rodolfo Kusch, cuando habla de América profunda, refiere siempre a un imaginario de magma y a un abismo impensable, horrible y hediondo que oficia como caos creador del inconsciente y de las fuerzas colectivas ligadas a la tierra por lo fundante del pensamiento, por el arraigo, por la tradición y la cultura. Sobre ese magma social y de pensamiento popular se enfría una capa leve de lava sobre la cual ejercemos nuestra precaria racionalidad y nuestras certezas sobre el mundo de los objetos. A veces esa capa es tan fuerte que nos hace olvidar que debajo subyace un abismo y en el escenario en que construimos el propio universo casi nos dejamos convencer sobre la inexistencia de la muerte y la existencia en cambio de un progreso ilimitado. Otras veces la capa leve se fractura y nos caemos en lo hondo, a veces el magma estalla y es preciso reformular ideas y también, el orden social. Después de cada estallido cambian las correlaciones de fuerzas.

Si negamos a la violencia como factor de cambio estaríamos desconociendo, asimismo, la rebelión popular de diciembre de 2001 que no fue sólo un estallido provocado por el hartazgo al abuso del poder y a la corrupción, sino que significó de la misma forma un crecimiento y una rebelión de la ciudadanía que hizo saltar las costuras del modelo político. El magma emergió una vez más por encima de la capa que lo contenía. Sin embargo, los gobiernos surgidos de ese terrible cimbronazo social juegan, conversos y reconvertidos, a los cambios de roles en los que no existe el enemigo o donde se ubica al enemigo donde no lo hay, que es una manera aún más perversa de alimentar la confusión, siendo fieles a las antiguas estrategias de “construir” al enemigo, según convenga. Así, muchos de ellos desde las duras experiencias de los años 70 en que proponían la doctrina sesgada de cuanto peor mejor, se han reciclado a los actuales operadores y funcionarios políticos que avalan el modelo establecido a la vez que sobreactúan respecto a sus viejos aliados del grupo Clarín y de la Mesa de Enlace. Este modelo que pareciera intocable para nuestra clase política, tanto gubernamental como opositora, es también, el modelo neoliberal impuesto por la dictadura y por el menemismo, en el que el grueso de las cadenas de la producción, de la comercialización y de las exportaciones, pertenecen al dominio de las grandes empresas transnacionales. Es ése el núcleo duro, innegociable, del modelo que llamamos del agronegocio. En buena medida gracias a las luchas de cierta izquierda urbana que mostró el camino de atenuar la injusta distribución de la riqueza sin plantearse el romper con la dependencia colonial a las corporaciones, se han añadido ahora intensas políticas sociales, políticas para la pobreza, planes clientelares y ayuda para microemprendimientos financiados todos por nuevos préstamos que son diseñados por los bancos y que resultan absolutamente funcionales al país de la sojización, la desterritorialización y el desempleo. No se trata, en este caso, de resolver el tema de la pobreza y del hambre, sino de perpetuarla a la vez que de contenerla para evitar nuevos estallidos. Centenares de cuadros de la izquierda progresista aportan su creatividad a esta tarea de mero reciclaje y maquillaje del modelo y de sus consecuencias, y sorprendentemente, lo hacen con pretendido ánimo optimista de lograr modificar la iniquidad institucionalizada.

La implantación del modelo de la republiqueta sojera y las nuevas reconfiguraciones

La etapa de instalación del modelo de la Argentina forrajera, duró poco más de 10 años y concluye con la llamada crisis del campo en que una reconfiguración y una reconversión acelerada vuelca en los cortes de ruta a los más desfavorecidos, mientras otros sectores multiplican sus ganancias con las ventas anticipadas, mediante el chantaje a la masa de productores en negro o aprovechando los puertos privados y el respaldo de los exportadores, para extenderse con la compra de tierras por todo el Cono Sur. O sea que, cuando el anterior modelo aparece instalado y consolidado, al menos en la zona núcleo, es decir en la parte más importante de las tierras agrícolas argentinas, el proceso tiende a reconfigurarse de manera aún más y más compleja. La nueva etapa implicaría la producción masiva de agrocombustibles además de forrajes, y comprende la extensión de la frontera agropecuaria, es decir, la extensión de la línea de agriculturización al interior y a suelos cada vez más frágiles, también hacia los países hermanos de América del Sur. Ello conlleva la disputa violenta por la tierra con los pequeños productores, con los campesinos y pastores, así como la desaparición de los bosques, a veces con incendios terribles e incontrolados que arrasan los paisajes, y el reemplazo masivo de otras producciones por los nuevos monocultivos. De esta manera, la apicultura desapareció o se exilió en los confines, en las islas o en la precordillera. La ganadería se vio forzada a desarrollarse cada vez más en corrales de engorde, ahora desde la recría misma del ternero. La carne alimentada en encierro, con balanceados de maíz y de soja, cuando no con camas de criaderos de pollos y ponedoras, con hormonas y antibióticos, no sólo tiene otro gusto, sino que acrecienta los problemas de salud del argentino medio. Los alimentos, además de perder calidad se encarecen debido a la suba del precio de la tierra, y la provisión de hortalizas y verduras a las concentraciones urbanas queda prácticamente sujeta a la mano de obra semiesclava de los países limítrofes, en las periferias hortícolas de las grandes ciudades.

Actualmente, enormes plantas de producción de biocombustibles se levantan en los puertos del litoral, y las asociaciones empresarias y también; lamentablemente, muchos de los funcionarios y técnicos del Estado nos adelantan con expectativas de que la Argentina reúne todas las condiciones para convertirse en un referente de la producción de biodiéseles a nivel mundial y que cuadriplicará su actual producción en los próximos meses. Por lo demás, las corporaciones cuentan con la legislación necesaria para hacerlo, me refiero a la Ley de Promoción de la Producción de Biocombustibles, que en su momento se denominara como Ley Monsanto, y que los senadores votaron a mano alzada y por unanimidad, y esto implica la rebaja sustancial de las retenciones a los aceites reelaborados. También cuentan con el respaldo total de un sistema educativo y académico que ha convertido las universidades en instituciones prestadoras de servicio de las corporaciones, y la explosión en Río Cuarto y la muerte de profesores y estudiantes en el laboratorio de esa casa de estudios, es clara muestra de ello: estaban tratando de descontaminar de solventes los residuos del biodiésel para poder hacerlos útiles a la producción de balanceados para la alimentación animal. El modelo sufre de una extrema racionalidad y no puede malgastar recursos. La agricultura industrial de producción de commodities, con una mínima mano de obra, produce en los grandes molinos: harinas, lecitina, tortas prensadas y en especial aceites que ahora se trata de convertir en biodiéseles. En el caso del maíz y de la caña, en cambio, se puede producir etanol con las biomasas respectivas. En ambas situaciones quedan residuos, que serán cuantiosos según se calcula y que las empresas se proponen recuperar y hacer útiles en las nuevas producciones industriales de carnes que se planifican y extienden por el territorio, tales como los grandes “hoteles” para engorde tanto de vacunos como de pollos, o como la empresa Avex que, justamente goza en la zona de Río Cuarto de una legislación hecha a su medida, y es capaz de faenar 120 mil pollos por día. Las plantas para alimentar motores con nuestra agricultura, los nuevos megatambos de la agroindustria con 4.000 vacas en ordeñe, los nuevos inmensos criaderos de carne tercerizada, el dominio hegemónico del modelo por parte de grandes feedloteros, frigoríficos y supermercadistas, son pensados y planificados en ámbitos académicos, en la universidad, en el INTA y en el CONICET, donde fluyen como ríos de dinero los subsidios y las financiaciones para estos estudios e investigaciones, que hacen a las necesidades del nuevo modelo corporativo del agrocombustible, modelo que no es sino la fase avanzada del antiguo modelo de los agronegocios que se instalara en los años 90, y que ahora, en esta nueva etapa, se propone la producción de combustibles y de carnes en forma industrial, y su expansión política y tecnológica al resto de América Latina.

Estamos, entonces, en un momento de transición hacia lo que Gustavo Grobocopatel, el más grande sojero de la Argentina, llama la Sociedad del Conocimiento. Estamos, en un momento de equilibrios inestables en la medida en que se están implantando políticas, procesos e inversiones para un muy largo período y en los marcos de reordenamientos globales en que la Argentina tiende a cumplir roles anticipatorios de país mediador, para llegar con estos modelos a otros pueblos hermanos. Sin embargo, esos equilibrios inestables que dibujan un tiempo de cambios, tienen el enorme respaldo de los sostenidos y crecientes precios de las commodities en los mercados internacionales, y eso ayuda a proporcionar una imagen de estabilidad y de firmeza que, en verdad, no existe. Como casi todo lo que tiene que ver con la globalización, este modelo argentino tiene mucho de frágil, de volátil, de efímero, de aleatorio y de simulacro. Demasiadas cosas fundamentales que sostienen al modelo dependen de contingencias que nos son absolutamente ajenas y que escapan a la voluntad de los gerentes y de los funcionarios. Sin embargo, la permanencia y la profundización del modelo biotecnológico y de producción de agrocombustibles, no tiene su mayor base de firmeza en los precios. Lamentablemente, esa sostenibilidad social se la proporciona al modelo un paradigma ideológico que se ha impuesto en gran parte del común y del que son prisioneros la mayoría de los dirigentes, y no me refiero tan sólo a las dirigencias políticas, que en esto son las últimas que deciden. Me refiero a la dirigencia científica, universitaria, docente, empresarial, periodística, barrial y hasta religiosa.

La Biblioteca Nacional: el jardín de los senderos que se bifurcan

La búsqueda por parte de ciertos intelectuales del sujeto revolucionario es un viejo gesto de la izquierda que suele no atender suficientemente las actuales complejidades y crecientes perversiones del modelo. Las zonas de extrema pobreza, marginalidad y desocupación son también zonas donde el capitalismo globalizado explora nuevos modos de manipulación y de clientelismo, donde los multimedios oligopólicos hacen estragos sobre la idea de sí mismos de los excluidos y donde se descarga todo el peso político asociado de las bandas de narcos, de las policías de gatillo fácil y de los punteros políticos. Resulta al menos arriesgado imaginar que de esas zonas pueda surgir el nuevo sujeto emancipatorio, aunque no es esa la discusión que nos planteamos, ya que pertenece al campo de la investigación posible, sino la falta de rigor y hasta de escrúpulos de una izquierda y de unos intelectuales supuestamente nac and pop, que por momentos parecieran haber extraviado todo sentido de la realidad. Las actuales polémicas en torno al glifosato y a las políticas de la Corporación Monsanto, justamente, han colaborado en poner en evidencia ese modelo criminal de agricultura que durante años se negaron a ver. Un modelo de agricultura que despobló el campo, enfermó a las poblaciones, empobreció los suelos, modificó la cultura y los patrimonios de los argentinos y nos convirtió en una republiqueta sojera. Si ahora algunas denuncias y debates parecen consentidos, no sólo es consecuencia de la presión de tanta lucha, sino también de a qué sirven a confrontaciones políticas menores. Asimismo, tiene relación con que nuevas tecnologías, modelos productivos y mercados calificados se van implementando por parte de las grandes empresas. El glifosato no sólo está cuestionado en la Argentina, también en diversas partes del mundo se alzan voces similares que nos recuerdan las investigaciones olvidadas durante años, que comprobaban sus terribles efectos sobre la salud de las poblaciones. Las empresas del agronegocio, sin embargo, saben mejor que nadie acerca de sus propios crímenes y ya tienen planeadas soluciones para reforzar o renovar sus herbicidas cuestionados, nuevas semillas transgénicas resistentes a las nuevas formulaciones que se preparan para salir a los mercados, nuevos negocios que demorarán probablemente muchos otros años para que logremos, como ahora, probar su intrínseca capacidad de contaminar, de enfermar, de difundir la muerte. Pretenden burlarse, tal como hicieran en el año 1996, cuando se aprobaron en la Argentina los primeros OGM (organismos genéticamente modificados); del principio precautorio y en un futuro probable, volveremos a descubrir que los venenos no son inocuos, cuando como ahora, las víctimas sean incontables…

Entramos en una etapa de posglobalización en que el país laboratorio hace nuevamente punta…

A esas empresas les preocupa en medio de la actual debacle internacional, crear nuevos estímulos para la formulación de las relaciones financieras y de los mercados globales. Es por ello que están implementando los mercados calificados, con mesas redondas en que agrupan a víctimas y victimarios, a socios y a cómplices de las corporaciones, y en esos espacios ensayan los discursos y los protocolos que establecerán las nuevas certificaciones de la soja y de otros paquetes bio y nanotecnológicos que se encuentran en experimentación. Las corporaciones planean, con las normativas internacionales para las sojas y los biocombustibles, que pretenden ahora certificar como responsables, conseguir entrar en el rentable mercado de los bonos de carbono que se decidirán en el próximo mes de diciembre en la reunión de Copenhague y que lucran con los cambios climáticos. Suponen también que, de esa manera, mejorarán

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