LA «REVOLUCIÓN TRANSGÉNICA» CUESTIONADA EN SU CUNA

Un analista del establishment norteamericano, del riñón donde se originó y promocionó el uso de semillas transgénicas en la agricultura global, se pregunta si finalmente esta forma de cultivo trajo beneficios al mundo.

Detrás de la venta de Monsanto, las dudas sobre la revolución transgénica

FUENTE: The Wall Street Journal Americas
 

Detrás de la ola de fusiones multimillonarias en la agroindustria, el sector agrícola estadounidense atraviesa un momento de cambio que amenaza el dominio de los cultivos modificados genéticamente.

Desde su introducción en los cultivos de Estados Unidos dos décadas atrás, las semillas transgénicas se han vuelto tan ubicuas y multifuncionales como los teléfonos móviles. Los científicos insertaron genes para hacer que los cultivos repelan insectos, sobrevivan a potentes herbicidas y necesiten menos agua, y que produzcan aceites con menos grasas saturadas. El Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA, por sus siglas en inglés) estima que 94% de la superficie plantada con soya en ese país y 92% de la del maíz corresponden a variedades transgénicas.

No obstante, los magros retornos de la actual economía agrícola hacen cada vez más difícil para los productores justificar los altos precios de las semillas genéticamente modificadas. El gasto en semillas de cultivos casi se ha cuadruplicado desde 1996, cuando Monsanto Co. se convirtió en la primera compañía en comercializar estas variedades. En los últimos tres años, sin embargo, los precios de los principales cultivos han estado en descenso, y ahora muchos agricultores pueden llegar a perder dinero.

La agricultura biotecnológica también ha mostrado limitaciones, dada la forma en que ciertas malezas están evolucionando para resistir los herbicidas. Algunos están empezando a recurrir a las semillas tradicionales.

«[Por] el precio que estamos pagando ahora por la semilla biotecnológica, no podemos obtener sus beneficios», asegura Joe Logan, un agricultor de Ohio. Este año, Logan cargó su sembradora con semillas de soya que cuestan US$85 la bolsa, casi cinco veces lo que pagaba hace dos décadas. En la próxima primavera boreal, planea sembrar muchos de sus campos de maíz y soya con semillas no biotecnológicas.

Esas presiones han desatado un frenesí de acuerdos entre los principales proveedores de semillas y pesticidas del mundo. Bayer AG anunció el miércoles un acuerdo para comprar Monsanto por US$57.000 millones. DuPont Co. y Dow Chemical Co. buscan una fusión que con el tiempo daría lugar a la escisión de una empresa agrícola combinada, así como de otras dos unidades. Syngenta AG acordó en febrero venderse por US$43.000 millones a China National Chemical.

Grupos del sector apuntan a reducir los costos y aumentar su escala en respuesta a los precios declinantes de las cosechas, lo que ha a su vez ha obligado a los fabricantes de semillas, agroquímicos, fertilizantes y tractores a reducir los precios de sus insumos y despedir personal.

Las cotizaciones de los dos principales cultivos estadounidenses cayeron en picada. Este año, los agricultores de EE.UU. ganarán colectivamente US$9.200 millones menos que en 2015 y 42% menos que en 2013, según el USDA.

La agencia pronostica que los precios del maíz, la soya y el trigo se mantendrán cerca de sus actuales bajos niveles durante la próxima década, y Bernstein ha proyectado que a las compañías de semillas les será difícil aumentar los precios por encima de la inflación en los próximos tres a cinco años.

La premisa de las semillas biotecnológicas era simple: las plantas transgénicas capaces de crecer incluso cuando se aplica un herbicida contra todo tipo de malas hierbas permitirían a los agricultores comprar menos químicos. Los cultivos, al secretar sus propias toxinas antiplagas, reducirían también el uso de insecticidas.

Monsanto y otras compañías podían cobrar una prima por sus semillas transgénicas «Roundup Ready» (diseñadas para resistir el herbicida de Monsanto).

Con el tiempo, la empresa llegó a la fórmula que se convertiría en estándar de la industria: por cada dólar que las semillas biotecnológicas permitirían a los agricultores ahorrar en pesticidas y mano de obra, Monsanto retendría cerca de 33 centavos, en la forma de una «tarifa tecnológica» agregada al costo de cada bolsa de semillas.

Monsanto lanzó luego semillas de soya transgénicas capaces de sobrevivir al glifosato, el versátil herbicida en su Roundup, y semillas de algodón que repelen gusanos.

La estrategia le rindió frutos a Monsanto, que en 2000 inició un proceso para escindirse de su matriz, Pharmacia Corp., y formar otra entidad centrada en la agricultura. Monsanto obtuvo ganancias por la venta de sus propias semillas y por la concesión de licencias genes de cultivos a otras compañías, tales como DuPont y Syngenta. Debido a que muchos cultivos transgénicos fueron diseñados para resistir el glifosato, que Monsanto introdujo en los años 70, la empresa de St. Louis consiguió más clientes para su herbicida estrella.

A comienzos de este siglo, más de la mitad de la superficie sembrada de soya y un cuarto de la de maíz en EE.UU. usaban variedades biotecnológicas. También se hizo cada vez más caro. En 2006, el costo promedio de las semillas de soya se había más que duplicado desde la década anterior, mientras que el precio de las de maíz creció 63%, de acuerdo con datos del USDA.

En el mismo período surgieron señales de advertencia en los campos. Los científicos confirmaron que ciertas malezas habían evolucionado para resistir al glifosato.

El rendimiento de los cultivos, en muchos casos, no logró mantener el ritmo del aumento del costo de las semillas. En los últimos 10 años, el agricultor de soya promedio registró un crecimiento por hectárea de apenas 4%, a 48 bushels, según datos del USDA. El rendimiento del maíz subió 21%.

Robert Fraley, director de tecnología de Monsanto que ayudó a desarrollar las primeras variedades transgénicas en los años 80, asegura que los agricultores seguirán siendo fieles a estos cultivos.

«Incluso en condiciones económicas difíciles como las que hemos visto el último par de años desde el lado de fijación de precios, los agricultores siguen comprando las semillas de alta tecnología porque les ahorran dinero en insecticidas y otros insumos», dice.

Kyle Stackhouse, que cultiva cerca de 650 hectáreas de maíz y soya cerca de Plymouth, Indiana, cuestiona el valor de las costosas semillas. Después de cambiar todos sus campos de soya y casi tres cuartas partes de sus campos de maíz por variedades biotecnológicas, Stackhouse determinó hace unos 10 años que las semillas biotecnológicas no estaban produciendo cosechas lo suficientemente grandes como para justificar su precio.

Desde 2013, el mundo ha producido millones de toneladas más de maíz, soya y trigo de lo que ha consumido, de acuerdo con el USDA. Desde su máximo de 2012 de alrededor de US$8 el bushel, el precio del maíz cayó a la mitad a mediados de 2014 y desde entonces se ha negociado principalmente entre US$3,50 y US$4 por bushel. A finales de agosto descendió a US$3,015. Los precios de la soya han caído 46% desde su máximo de 2012.

Monsanto prevé cobrar más por sus semillas más nuevas y de mejor rendimiento, y probablemente baje el precio de las versiones más antiguas. En general, los precios de Monsanto subirán «un poquito», dice Fraley.

Stine Seed Co., con sede en Adel, Iowa, ha aumentado su producción de semillas de maíz no biotecnológicas en respuesta al ajuste presupuestario de los agricultores, dice Myron Stine, presidente de la compañía. «Vemos una tendencia en la que los productores se van a alejar [de las semillas transgénicas], porque son caras», asevera.

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